Eran las 3 de la mañana. Como muchas otras noches atrás, no conseguía dormir. El terror, la angustia, el dolor, el miedo y la soledad invadieron mi vida. No era un sueño, ni una pesadilla, lo que estaba viviendo era real. Mi matrimonio, el amor, mi familia de 33 años, mi orgullo, donde reinó siempre el verdadero amor y respeto, en un abrir y cerrar de ojos se derrumbó como un castillo de naipes.
La posibilidad del divorcio se presentó implacable, destruyendo lo que más amaba en mi vida: mi familia. No había solución, era real. No, no lo aceptaba, yo amaba a mi esposo y mi amor era correspondido de la misma manera. Que dolor sentía mi alma, dolía hasta la piel, no había una medicina que pudiera calmarme.
En una mala jugada del destino de hace 30 años atrás, donde ninguno de los dos tomó parte, por falta de diálogo, quedó una duda que fue creciendo con los años, a tal punto que llego a convertirse en realidad. Este monstruo se hizo presente con todo su poder para destruir los 33 años de matrimonio, cuando mi esposo y yo estábamos en la etapa de cosechar los frutos sembrados con mucho amor y sacrificio. Esa etapa que vive la pareja cuando los hijos han formado sus hogares y se comienza una nueva vida, que es: ¨vivir el uno para el otro¨, pero esta vez, con un amor maduro, aquel que triunfó en las adversidades y tribulaciones que se presentaron en el camino, y como resultado de esa gran entrega de amor, comenzar a gozar de los frutos maravillosos: ver a los hijos realizados y disfrutar de los nietos.
En esa noche de terror, angustia, miedo y soledad, sin darme cuenta de lo que hacía, Dios Padre puso en mis labios una oración de abandono que aprendí en los Talleres de Oración y Vida del Padre Ignacio Larrañaga, y en pleno llanto y dolor desgarrador, por apenas, con voz muy débil comencé a repetir y repetir:
Gracias Padre mío,
Todo lo acepto y te ofrezco con amor,
que se haga tu voluntad,
en tus manos me entrego,
en silencio y paz
Lo único que recuerdo es que no quería dejar de repetir la oración, porque como un bálsamo comenzó a calmar mi dolor, y a inundarse mi alma de PAZ, y sin darme cuenta quede dormida.
Al día siguiente desperté como si no tuviera ningún problema, con mucha PAZ, viendo mi problema grave en ese momento, como si no me perteneciera; dejé de sentir miedo y lo más increíble, sentía paz, alegría y gozo en mi alma.
A partir de ese momento, cada vez que mi alma se inundaba de sentimientos negativos y mucho dolor; con solo repetir y repetir la oración, nuevamente llegaba la PAZ.
Quiero dar gracias a Dios por la vida del Padre Ignacio Larrañaga, fundador de los Talleres de Oración y Vida. Gracias a su metodología y oración, soy otra persona, salvó mi matrimonio haciéndolo crecer en amor y libertad, me reveló el camino que nos lleva a conocer a Dios Padre y sobre todo a descubrir el verdadero amor y la verdadera felicidad que está dentro de nosotros que es ¨DIOS MISMO¨. Pero, sobre todo, doy gracias al Padre, por habernos hecho vivir a mi esposo y a mi esta experiencia tan dolorosa, que nos llevó a descubrirlo en plena tormenta.
Margarita
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