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EL GRAN VALOR DEL ROSARIO


Hoy quiero escribir sobre El Rosario. Me entristece ver cómo, incluso muchos católicos se pierden las inmensas gracias y milagros que se reciben al rezar ésta hermosa oración. El Rosario es una oración viva y con esto quiero decir que rezarlo, es como sentarse a la mesa con María para hablar de su Hijo. Y entonces mientras más lo rezas más lo añoras, más tuyo se hace y más enternece tu alma (por supuesto, una madre describiéndote la ternura de su hijo).

Veamos el Rosario como un instrumento para acercarnos a Cristo. Un instrumento que la Virgen nos regala sabiendo lo difícil que se nos hace poner las cosas del cielo cerca de nosotros y lo fundamental que es el no perder de vista la presencia de Cristo en nuestras vidas.

El Rosario es a la vez, la mano de María enseñándonos a dibujar a Cristo en nuestro Corazón. Con esta oración en forma de meditación, aprendemos a contemplar la vida de Cristo, es decir, a mirar estas escenas con el corazón. Y entonces en el medio de éste, surgen preguntas y revelaciones: porque Cristo, porque Dios, porque el Espíritu Santo, porque el sacrificio, porque el dolor… de qué manera cada escena toca mi vida personalmente. La respuesta última y definitiva: el amor de un Padre por toda la humanidad, el amor, siempre el amor…

Antes de empezar a rezarlo, con el Rosario en las manos le digo: “María, muéstrame a tu Hijo”, entonces es ella misma como Madre que conoce a profundidad a su propio Hijo, quien me toma de las manos y despliega todo el Misterio de Cristo en mi corazón.

El Rosario, no es una alabanza a María, ella no nos enseña sobre sí misma, en cada decena meditamos un misterio sobre la Vida de Cristo, durante estas 10 cuentas pensamos en un solo misterio. Y pedimos, pedimos por todo lo que se nos ocurra, tenemos 50 cuentas para pedir por nuestras necesidades y por las necesidades del mundo entero, y ella ora, ora por todo lo que le pidamos, pide como una madre por su hijo, ¡por nuestras necesidades, dolores y angustias!

Recordemos entonces algunas de estas “escenas”: El Anuncio del Ángel a María, el Nacimiento del Niño Jesús, el Bautismo de Jesús en el Jordán, la Transfiguración, la Ultima Cena, la Agonía en el huerto, la Crucifixión, la Resurrección, la Venida del Espíritu Santo, etc. Tanta riqueza en un atado de perlas, descubrir a Cristo es recibir el amor del Padre.

Cuando reces el Rosario con devoción, piensa con detenimiento en que María está depositando cuidadosamente a Cristo en tus manos.

Lorena Moscoso

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