Transcurridos unos días después de 21 días parados luchando contra el régimen dictador del expresidente Evo Morales, finalmente pudimos con ciertas amenazas y dificultades, retomar la rutina casi olvidada.
Esperando que mi hija hiciera unos tramites me puse a recorrer la ciudad. Veía sus heridas por todas partes; las cenizas y manchas negras del fuego en el asfalto, los escombros y piedras que fueron testigos de nuestra lucha incansable, aquellas que escucharon nuestro himno de “nadie se cansa, nadie se rinde”; las motocicletas incendiadas a los pies de la cruz del templo de Santa Ana de Cala Cala y el gran pino de nuestra Plaza de Las Banderas, consumido por el fuego a la vista de las banderas de las ciudades de nuestro país.
Con el cuerpo y el corazón resentido al ver estas heridas, también me llenaba de orgullo, recorriendo mentalmente los días pasados recordando el trabajo en las rotondas; bloqueando y desbloqueando una y otra vez para que pasaran los que no debían ser bloqueados, las horas pasadas bajo el sol conversando con los vecinos, las amenazas continuas de contingentes que se venían para desbloquear, el ruido de los petardos que anunciaban un nuevo enfrentamiento, las horas frente al celular o a la televisión poniéndonos al día en lo último que ocurría a lo largo de todo nuestro territorio, las inmensas muestras de heroísmo de un grupo y otro que luchaban todos en favor de la democracia, los aportes para la alimentación de todos ellos, la impresionante creatividad de todos aquellos que buscaban consuelo y ánimos en nuevas canciones, himnos, videos y las largas horas de oraciones de los más de 45 grupos de oración alrededor de toda nuestra ciudad.
Cuantos se aferraron a sus rosarios, cuantos pasaron las noches en vela implorando, cuantos recuperaron la fe tras este momento que marcó un episodio sangriento pero glorioso en nuestra historia.
Nunca olvidaré la impresión que dejo en mi corazón y en mi mente, aquel líder cruceño que, con rosario en mano, prometió y cumplió lo imposible, fortalecido únicamente por su fe se dirigió a la muerte misma, pero sin miedo. Aquel hombre, que dirigía sus discursos a los pies del Cristo Redentor y en presencia de la Virgen de Fátima, peleó en nombre de Dios y en nombre de Dios cumplió su palabra. Me inspiro a mí, inspiró a niños, jóvenes y adultos, cristianos y no cristianos y puso a todo un país de rodillas.
Y se cumplió la promesa:
"y si mi pueblo, sobre el cual es invocado mi Nombre, se humilla, orando y buscando mi rostro, y se vuelven de sus malos caminos, yo les oiré desde los cielos, perdonaré su pecado y sanaré su tierra. Mis ojos estarán abiertos, y mis oídos atentos a la oración que se haga en este lugar" (2 Cr 7, 14-15)
El resultado fortaleció nuestro espíritu y abrió nuestros corazones. La alegría en las calles de la renuncia largamente esperada nos puso nuevamente de rodillas y terminé festejando en la calle, abrazada de un indigente que mojaba sus mejillas de emoción, aquel indigente, pensaba yo, había encontrado una familia en esos 21 días en los que la gente no dejaba las calles.
Pero no, aquel indigente no era cualquier indigente, era nuestro amado Jesús, nuestro hermano mayor, que había encontrado una familia que finalmente se acercaba a Dios, orando, implorando, solidarizándose con los que más necesitaban, habíamos aprendido a tomarle de la mano, y esas lágrimas, mostraban la alegría de haberse encontrado con nuestros corazones tanto tiempo distanciados de su amor.
El valor obtenido más grande tras la intensidad de esos días, fue encontrarnos con Dios, que no tardó en responder dándonos alegría tras alegría: la entrega efectiva de la famosa carta y la Biblia en el Palacio Quemado, el amotinamiento de la Policía que se ponía al servicio de sus ciudadanos, la no respuesta de las FFAA, la lluvia de renuncias de una y otra autoridad del gobierno dictador y finalmente la renuncia y huida del expresidente.
Dios había despachado del cielo toda la furia de su amor, ante un pueblo cuyo corazón se elevaba cada día más y más hacia sus brazos. No ha habido un momento tan dramático en el que haya sido testigo de semejante respuesta y agradezco a Dios de rodillas que no solo haya inspirado en mí y en muchos una mayor confianza en la oración y en su providencia, sino que me permita entender que cuando oramos, Dios se abaja y que su respuesta llega, llega siempre.
Lorena Moscoso
www.luzeltrigal.com
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