Hace unos años, tuve la oportunidad de viajar a Colombia con mi hija de menos de un año, el viaje estaba programado para pasar dos días en la ciudad de Bogotá, y gracias a un encuentro maravilloso, hoy puedo hablarles de mi proceso de oración y quiero hablarles de esto, porque encuentro que la oración es un viaje profundo y maravilloso y en ocasiones, difícil.
Llegando al hotel, conocí a una mujer con una niña de la misma edad que la mía. Como teníamos muy poco tiempo para estar en la ciudad, se apuró en invitarme para acompañarla a visitar un lugar especial no muy lejos de donde estábamos. No tenía la intención de salir del hotel en esos dos días más que para lo que estaba programado, sin embargo, ella insistió en hacer ese pequeño viaje para visitar una Catedral que fue construida al interior de una mina de sal, la maravillosa Catedral de Sal de Zipaquirá.
Partimos en un viaje en taxi de aproximadamente una hora. Debo decirles que el lugar me impactó de sobremanera. Y hoy viene a mi mente para hablarles sobre la profundidad de la oración.
Recuerdo pocos detalles del viaje, no recuerdo haber tomado fotografías, no sé si debido a alguna prohibición por la estructura de sal o debido a mi hija, que aún no caminaba y la llevaba conmigo, pero algo que sin duda no podré olvidar y que impactó de sobremanera mis sentidos, fueron los enormes socavones que se encontraban conforme ibas recorriendo las galerías subterráneas, en las que veías esculpidas en sal, las estaciones de la Pasión de Cristo. Conforme avanzaba, se abrían bóvedas inmensas, profundas y oscuras. El tamaño entre un socavón y otro, era abrumador.
Esta mina – Catedral viene a mi mente constantemente en medio de la oración. Encuentro que la experiencia de la oración no es un camino fácil, es un camino que exige encontrar una entrada y empezar a descender como en una mina, un sendero oscuro, profundo, en el que encuentras superficies, dimensiones, distancias y paisajes distintos en medio de la oración, ¿dificultades? Muchísimas…
Tras ponerte en presencia de Dios y de invocar la asistencia del Espíritu Santo, comienzas por apartarte de a poco de la realidad, de la luz, para entrar en lo profundo y en lo sobrenatural, porque este camino silencioso, es el camino que nos conduce a la experiencia de Dios. Mientras comienzo este recorrido al interior de mi alma, suelo preguntar en varias ocasiones, a modo de tener la certeza de que Dios está ahí: “¿estás ahí? Porque yo estoy aquí” y continúo mi camino.
Por momentos, debo detenerme, y volver a pedir al Espíritu Santo que me acompañe, que vuelva a mí y me guie porque ando perdida, siento que el camino se hace confuso y no puedo seguir. Me ayuda también, hacer una comunión espiritual o pedirle a Dios que acepte mi entrega, mi oración, vuelvo una y otra vez al camino tratando de mantener la dirección. Dios es bueno, porque a pesar que la oración es una lucha constante, también me ofrece descansos, en los que siento una paz profunda, y que por un momento, puedo dejar la lucha contra las distracciones, entonces puedo distenderme y pasar tiempo con Dios, con cierta prisa, porque sé que tengo poco tiempo antes de volver al combate, y aprovechando que lo tengo conmigo, empiezo a pedirle por los que más necesitan de mis oraciones, teniendo la certeza de que me escucha y disculpándome por ser más lo que le pido que lo que agradezco, vuelvo a la lucha, encontrando estepas, valles, desiertos y también caminos escarpados en los que a veces no puedo avanzar. A veces, hacer oración es tan difícil, que no consigo ni entrar y debo conformarme con decir unas cuantas palabras a Dios, para que sepa, que estuve ahí, a la puerta, pero que no pude entrar, esto rompe mi corazón. Cuando por las noches despierto, siento que es El quien está abriendo las puertas para que lo busque, han habido momentos en que las puertas estaban abiertas antes de empezar, y podía correr hacia Él, esto le da grandes alegrías a mi corazón. Me viene a la mente una revelación que leí alguna vez, que dice, “Dios se esconde, para que podamos tener la experiencia de lo dulce que es encontrarlo”.
Los socavones de la oración y los paisajes se presentan con frecuencia, Dios en el camino me va dando cierta claridad para entender que, nada es mérito mío, que siempre me dio estos estímulos, siempre llevándome en dirección a ese encuentro. Él puso la oración en mis labios y fue abriendo caminos hacia adelante. Gracias a la oración, es que obtenemos claridad de su presencia, de su ternura paternal. Su amor, más grande que aquellos socavones que abruman por su inmensidad. Me asombra también saber que es el Dios del universo y de la historia, que se abaja y viene a mi encuentro, en las profundidades de la vida misma… en la oración.
Lorena Moscoso
Luz el Trigal
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