Antes de responder a esta pregunta es bueno que sepamos asimilar la idea de que provenimos de un Padre absolutamente amoroso, cuyo amor abarca el infinito y cuya explicación no es capaz de encontrar cabida en nuestra lógica humana. Alejémonos, por tanto, de la idea antigua del Dios que juzga, que castiga y que está pendiente del mal que cometemos y del castigo que merecemos.
El hombre, como dice la Biblia, fue la creación más perfecta de Dios, “es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por si misma” (Génesis 12, 3). Se ocupó no solo de su estructura física cuya perfección en su funcionamiento nos deja sin aliento, sino también de su interior. Le dio cabida a su alma, esencia de lo que realmente somos y lugar en el que Dios quiso hacerse presente. La profundidad del verdadero ser del hombre es insondable. Muchos hombres han pasado la vida tratando de encontrar en si mismos el origen de su alma y en ella la presencia de Dios. En este proceso, estos hombres buscadores de Dios, han quedado rendidos y extasiados al entender que todo nuestro ser esta embebido en un amor que nos sostiene y nos da vida.
Y entonces, habiendo tanto amor, ¿de dónde proviene el sufrimiento? Dios se define a sí mismo como el Dios de la fidelidad, este es su mayor atributo (Éxodo 34, 5-6). Dios es fiel y su presencia en nosotros es prueba de su fidelidad. Dios nos convoca constantemente para estar cerca de su hijo, pero ¿qué ocurre con nosotros? Seguimos pensando en un Dios distante, totalmente ajeno a nuestra realidad y a nuestros problemas. Todavía sentimos que Jesús fue una leyenda muy antigua. Acudimos a El de manera casi simbólica para pedir auxilio en nuestros momentos de mayor crisis y creemos que El, permanece silencioso y el vacío nos ahoga. Dios no funciona así. Dios está presente en todo momento, y nuestro camino hacia el Señor debe ser constante, en momentos de dicha como en los momentos de crisis. A Dios hay que necesitarlo cada día, a Dios hay que dirigirse sin descanso, para comentarle nuestros días, para hablarle, pedirle, agradecerle, incluso para reclamarle, porque cuando estamos en su búsqueda constante, tenemos derecho a decirle como Jesús: Padre, ¿dónde estás? “porque me has abandonado” (Mateo 27, 46) Debemos buscarlo con las mismas ansias en nuestro día como cuando verdaderamente lo necesitamos. Dios no se hace presente donde no se lo llama, Dios permanece en silencio, pone a prueba tu deseo de querer tenerlo presente y vivo. Déjame decirte, sin embargo, que Dios no crea el sufrimiento, pero lo permite porque estas piedras en el camino provocan en ti esa búsqueda interior de Dios. Los sufrimientos, son buenos, en tanto nos hacen más solidarios con los otros, nos permiten madurar y, sobre todo, nos acercan a Dios.
El hombre es pecador a causa de su distancia con Dios. Donde no está Dios, se instala el pecado y el pecado genera una oscuridad muy grande, el sufrimiento. Dios sabe que somos débiles, pero sigue siendo fiel, y cuando lo persigues, y él lo nota, utiliza ese sufrimiento -consecuencia de la obra del hombre distanciado de Dios- para bien del mismo hombre. Dios lo permite, para que TU te acerques y él pueda abrazarte.
No existe mayor tesoro que el tener a Dios en nuestras vidas, Dios transforma cada evento en una fuente inagotable de amor y cada dificultad en fuente inagotable de aprendizaje. Volvamos a poner a Dios entre nosotros. Respetemos la vida, respetemos la creación, respetemos la familia y prioricemos la educación de los más pequeños en las cosas de Dios.
Lorena Moscoso
www.luzeltrigal.com
Comentarios